Comentario
La "Ostpolitik", la única palabra que, procedente del alemán, acabó formando parte del lenguaje político universal, puede definirse como la aplicación concreta de la distensión al caso europeo y, específicamente, al alemán. Nación dividida en el seno de una Europa dividida, necesariamente Alemania debía jugar un papel de primera importancia en la distensión. La propia biografía de sus dirigentes -Genscher había cruzado la frontera a los 25 años y Schmidt combatió durante la Segunda Guerra Mundial en el frente oriental- obligaba a ello. Pero, además, la Historia de Alemania incitaba a un cambio tan importante en la política internacional: a fin de cuentas, como recordó un presidente federal, era el Este de Occidente pero también el Occidente de Centroeuropa.
Fue Brandt quien tomó la decisión de tratar de definir los intereses específicamente alemanes de cara al Este como hasta entonces no se había hecho pero la definición de esta política se había hecho por Egon Bahr. Se trataba ahora de conseguir el "cambio a través del acercamiento": si antes las dos Alemanias no tenían relaciones, ahora debía intentarse que, por lo menos, las tuvieran aunque fueran malas. A largo plazo, Bahr era partidario no sólo del reconocimiento de fronteras y del statu quo sino también de la renuncia al uso de la fuerza y de importantes reducciones de armas. De entrada, el ministro dedicado a los asuntos alemanes se denominaría de asuntos "interalemanes" y no "panalemanes"; además, se suprimió la oficina existente en Berlín, destinada a alimentar la resistencia de la SPD clandestina en la zona Este. Pero la primera decisión importante en materia de política hacia el Este fue la relativa a un contrato con Moscú para obtener petróleo y gas a cambio de tubos. De esta manera, la URSS obtenía tecnología punta a cambio de materias primas. Para Kissinger el aspecto más inquietante de la "Ostpolitik" podía ser a largo plazo cuando los occidentales no pudieran romper una vinculación económica estable con el Este. De ahí su desconfianza, compartida por casi todos los dirigentes norteamericanos, pese al sólido anclaje de la RFA en Occidente.
El cambio en la política interna de la RDA -en que la URSS jugó un papel importante- contribuyó a hacer posible la nueva política exterior. Así tuvieron lugar las entrevistas de Erfurt y de Kassel en marzo y mayo de 1970 entre Brandt y Spoth, primer ministro de la RDA; fue la primera vez que se encontraron los dirigentes de las dos Alemanias un cuarto de siglo después de la Segunda Guerra Mundial. Desde un principio la "Ostpolitik" consistió en cesiones por parte de la Alemania occidental y dureza por parte de la oriental, aunque a largo plazo resultara desastrosa para esta última.
Pero, en realidad, la primera negociación diplomática propiamente dicha tuvo lugar con los soviéticos. De acuerdo con el tratado firmado en Moscú -agosto de 1970- las dos partes declararon como su objetivo más importante la paz y la distensión, reconociendo la inviolabilidad de las fronteras europeas. Al acuerdo con Polonia sólo se llegó a fines del año 1970 y no fue ratificado sino en junio de 1972. Se trató de la aceptación por parte de Alemania de la línea Oder-Neisse que hasta entonces los alemanes occidentales nunca quisieron reconocer. La imagen del canciller alemán arrodillado ante el monumento a las víctimas de la sublevación del ghetto de Varsovia se convirtió en portada de todos los periódicos. Grass, que le había acompañado, escribió de él que era un hombre valiente que purgaba parte del mal que Alemania había cometido en el pasado.
Para los alemanes occidentales resultaba absolutamente esencial la cuestión de Berlín hasta el punto de que Scheel, el ministro de Exteriores, dijo que diferiría la ratificación de los tratados hasta el momento en que se llegara a un acuerdo con la RDA sobre la antigua capital alemana. En septiembre de 1971 se llegó a una fórmula. Los occidentales aceptaron que Berlín no fuera considerado como un Land de la Alemania federal y no celebrar en adelante allí la elección presidencial. Por su parte, la URSS y los alemanes orientales estuvieron de acuerdo en dar todas las facilidades para la circulación entre los dos Berlín: por ejemplo, los habitantes del occidental podrían pasar hasta 30 días en la otra zona. Muy a menudo fue necesario recurrir a un lenguaje muy complicado para llegar a un acuerdo. Finalmente los dos Estados se reconocieron mutuamente, afirmaron no tener soberanía en cualquier otra zona más allá de sus fronteras e intercambiaron representantes diplomáticos. La consecuencia fue el reconocimiento de la RDA por numerosos Estados occidentales y la admisión de las dos Alemanias en la ONU, ya en 1973.
En general, puede decirse que la Ostpolitik supuso un reconocimiento del statu quo tal como nunca lo habían aceptado los países democráticos a cambio de una normalización en las relaciones de la que luego se descubriría que podía resultar letal para la Alemania del Este. La relación económica entre las dos Alemanias supuso que en 1969-1979 los intercambios comerciales multiplicaran por seis. De forma indirecta la RFA inyectó entre 30.000 y 40.000 millones de marcos en la RDA; incluso llegó a comprar prisioneros políticos por alrededor de 40.000 marcos. Pero si esto pudo dar la sensación de suponer ser una especie de modo indirecto de permitir la supervivencia del régimen comunista, de hecho el mayor grado de cercanía -en 1969 hubo medio millón de llamadas telefónicas entre Alemania occidental y oriental mientras que en 1988 eran 40 millones- acabó por deteriorar la legitimidad del régimen de la RDA.
Algo relativamente parecido puede decirse de la Conferencia de Helsinki. La idea de una conferencia entre las potencias europeas había sido siempre una pretensión de la política exterior soviética puesto que los países democráticos nunca habían aceptado la situación de hecho creada por el Ejército de la URSS en Europa oriental. El debate sobre el contenido de un posible acuerdo se remontaba a fines de 1972 y el desarrollo final de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE) en que estuvieron representados treinta y cinco Estados tuvo lugar en agosto de 1975 con la participación no sólo de los europeos sino también de sus aliados de más allá del Atlántico. En definitiva, el acta final de la Conferencia consagró la situación heredada del final de la Segunda Guerra Mundial treinta años después. La no ingerencia, la inviolabilidad de las fronteras y la renuncia a la violencia obviamente beneficiaban a los intereses soviéticos. Los occidentales parecían haber hecho tan sólo un acto de realismo, aunque también les pudiera parecer un tanto cínico a los disidentes de los países del Este. Sin embargo, la defensa de los derechos humanos, de la libre circulación de las personas y de las ideas jugó, con el paso del tiempo, un papel muy importante en la caída del comunismo.
Mientras la distensión en Europa conseguía estos objetivos, la Comunidad Económica Europea había ido cumpliendo los suyos. Como se recordará, en los tratados de Roma había quedado prevista una primera etapa de doce años. Ésta, referida a los productos industriales, se llevó a cabo a todavía mayor velocidad que la prevista pero la segunda requirió amplias negociaciones entre 1962 y 1964 como consecuencia de la puesta en marcha del Mercado Común agrícola. A diferencia de lo sucedido con los productos agrícolas éste no significaba tan sólo una tarifa aduanera común sino también una política agraria europea que suponía la organización de mercados de varios productos esenciales, como, por ejemplo, la leche, la fijación de precios comunes y la creación de un Fondo de financiación y de garantía agrícola dedicado a este propósito. En cambio, la construcción de la Europa política avanzó con mucha mayor lentitud como consecuencia de la actitud francesa, gobernada por el general De Gaulle. En realidad, las dos cuestiones estaban estrechamente entrelazadas pues también Francia tenía un especial interés en la política agraria común. En 1965 Francia mantuvo durante seis meses una política de "silla vacía", descontenta por la aplicación de la regla de la mayoría en vez de la unanimidad; tras ese período acabó aceptando que esta última se aplicara tan sólo en las cuestiones más importantes. En cuanto a la Europa política, debido a esas circunstancias poco más se avanzó pero, también en 1965, se creó un único Consejo y Comisión como órganos supremos agrupando los de la CECA y el Euratom.
La segunda mitad de la década de los sesenta presenció también avances en lo relativo a la Europa económica. La sugerencia de Kennedy en 1962 de estimular el comercio mediante una rebaja general de tarifas aduaneras llevó a aplicar a partir de 1968 un acuerdo que convirtió a la CEE en el principal socio comercial de los Estados Unidos. En 1972, por otro lado, se puso en marcha la "serpiente monetaria", es decir el sistema por el que se fijaron las paridades entre las diferentes monedas europeas y el límite de sus márgenes de fluctuación; además, se decidió también la creación de un sistema común en el terreno fiscal y de compensaciones. Las dificultades del sistema monetario internacional a fines de los sesenta y la posterior crisis económica hicieron imposible un mayor avance.
A pesar de todas esas dificultades, el éxito indudable del Mercado Común europeo tuvo como resultado que numerosos países pretendieran llegar a adherirse o, al menos, solicitaran asociarse a él. De esta manera la CEE suscribió tratados de asociación con Grecia, Turquía, Malta y España y, además, extendió su área de influencia y de responsabilidad a África a través de los sucesivos acuerdos suscritos en Yaundé con diversas nacionalidades de este continente. Pero lo más decisivo en relación con su futuro fue, sin duda, la posibilidad de conseguir nuevos miembros de pleno derecho. Habiéndose opuesto De Gaulle a la entrada de la Gran Bretaña ésta volvió a convertirse en candidata en 1967 gracias a la iniciativa del socialista Wilson, cada vez más convencido del puro realismo de la integración en la Comunidad, al margen de que estuviera, además, acosado por los problemas económicos.
Sin embargo sólo con los cambios producidos en el campo político, como consecuencia, a la vez, de la dimisión de De Gaulle y de la victoria de los conservadores en las elecciones británicas, fue posible seguir el camino de la integración completa de la Gran Bretaña. La presidencia de Pompidou no mantuvo en este punto la política exterior de De Gaulle sino que presentó como alternativa una profundización de la construcción de la Comunidad a partir de la definitiva constitución de una Europa agrícola y de la ampliación a la Gran Bretaña. En ésta la victoria electoral de los conservadores en 1970 facilitó de nuevo el camino hacia la adhesión a pesar de todas las dificultades derivadas de la pertenencia a la "Commonwealth". Finalmente se llegó a un acuerdo en el verano de 1971 que suponía que Gran Bretaña acompasaría su contribución al presupuesto comunitario de un modo creciente mientras que alguna de sus importaciones como, por ejemplo, la de mantequilla desde Nueva Zelanda, recibiría un estatuto peculiar. Finalmente, el Tratado de Adhesión fue firmado en enero de 1972. No lo suscribieron tan sólo los británicos sino también Dinamarca, Irlanda y Noruega, pero ésta última acabó por rechazar la decisión por referéndum. De esta manera, la antigua Europa de los seis se había convertido en la Europa de los nueve con un papel cada vez más decisivo en el mundo.